jueves, 8 de septiembre de 2011

Asignatura pendiente

España busca la fórmula para reducir las altas tasas de abandono y fracaso escolar, con la peor recesión económica como trasfondo

05.02.10 - 01:55 -
ARANTZA PRÁDANOS


Si no tienes ni el título de ESO estás muerto; eres el último mono, es que ni te miran». A Marcos T., 19 años bien cumplidos, no se le espera estos días en el despacho del ministro de Educación, Ángel Gabilondo, para la ronda de contactos en busca de un pacto educativo, y tampoco ha elaborado sesudas teorías sobre la deriva del sistema de enseñanza. Sin embargo, el chaval encarna de arriba abajo el primero de los males de la educación en España; el abandono prematuro de los estudios una vez concluida la etapa obligatoria, a menudo sin titulación y siempre sin cuantificación para lanzarse con mínimas garantías al ruedo laboral. Décima arriba, décima abajo, un 31% de los jóvenes entre 18 y 24 años no terminó la Secundaria superior -Bachillerato o FP media-, el doble que la media europea. Sólo Portugal y Malta están peor. El fracaso escolar es un fenómeno más amplio, pero su síntoma más grave es justo esa deserción masiva de las aulas de la juventud española. El dato no es nuevo, pero sus efectos se magnifican ahora, en medio de la peor crisis económica de las últimas décadas. Cuando han dejado de abrirse nuevos tajos, cierran los negocios que otrora florecían como setas, el turismo se resiente y el paro vapulea sobre todo a los trabajadores peor formados. En este contexto, el título de la ESO que corona la etapa obligatoria a los 16 años es casi una carta de ciudadanía. Por eso mismo Marcos, como muchos otros jóvenes con poco apego por los libros -todavía no hay cifras oficiales, pero la tendencia es clara- intentan volver a subirse al tren educativo. En su caso, aferrado a los libros de una academia privada en la madrileña Plaza de Callao. Otros llaman a las puertas de cursos formativos específicos, de módulos de FP o de la universidad a distancia. El axioma es irrebatible: cuanto mejor formados, más escapan de las garras del desempleo. Según Eurostat, el paro se dispara hasta el 21,7% entre los españoles de 25 a 64 años que tienen sólo estudios básicos, primaria o ESO. Entre los titulados universitarios o en FP superior, el desempleo es inferior al 9%. Mientras, fuera de las aulas y de las oficinas del INEM suena como runrún de fondo el pacto educativo que busca el Ministerio de Educación. Ángel Gabilondo pretende tener un texto listo a finales de este mes, consensuado con buena parte del espectro político, sindicatos y comunidad educativa. Un acuerdo de Estado, o casi. Por primera vez parece factible. Hay unanimidad en que así no se puede seguir. «Ahora no tiene sentido mirar atrás y ponerse a ver si la culpa es de la LOGSE, de la LOCE o de qué, sino de unir esfuerzos y dejar trabajar al ministerio», reclama José Campos, responsable de la Federación de Enseñanza de CC OO.
Los primeros textos ya están sobre la mesa. Se adelantó el PP con una propuesta de Mariano Rajoy firmada por seis autonomías gobernadas por su partido para separar a los niños en el último curso de la ESO (15 años) entre los orientados al Bachillerato y a la FP. Los populares quieren, además, mayores garantías jurídicas para la enseñanza en castellano en las comunidades bilingües, un estatus que convierta en 'autoridad pública' a los docentes, como ha hecho Madrid y, sobre todo, el derecho a que cualquier centro privado se convierta en concertado. Educación respondió con el silencio y un documento base abierto al diálogo, pero distante en puntos esenciales. El Gobierno mantiene un 4º curso de ESO 'bifronte', con una vía de salida hacia la FP y otra hacia el Bachillerato a partir de los 16 años, no prevé legislar sobre la autoridad docente y, sobre todo, propone supeditar cualquier cambio educativo en el futuro a un acuerdo mayoritario de al menos dos tercios del pleno del Congreso. Un texto «con voluntad de pacto», repite Gabilondo.
La propuesta se fija además unos objetivos ambiciosos de cara al futuro. Que en 2020 el 85% de los jóvenes haya cursado al menos el Bachillerato o la FP de grado medio; alcanzar en 2015 la media europea en gasto educativo -el 5,4% frente al actual 4,9%, que necesitaría una inyección extra de fondos de unos 11.00 millones de euros-; mejorar los mediocres resultados educativos del alumnado español de Secundaria -la competencia en lengua, lectura, matemáticas, ciencias...- que tanto los afean los sucesivos informes PISA, y recuperar mediante un sistema de 'pasarelas' y vías de reentrada a buena parte de esos jóvenes que ahora dejan las clases antes de tiempo. «Es esa etapa postobligatoria la que necesita mayor reflexión, en la que más alumnos se desenganchan. Hay que reorganizar el curriculum del Bachillerato; no rebajar los contenidos, sino dar más tiempo a algunos alumnos que lo necesitan, y flexibilizar la FP», rubrica Carlos López Cortiñas, secretario de FETE-UGT. «Tenemos uno de los sistemas educativos más rígidos de Europa», lamenta Campos. «Lo estamos viendo con niños en zonas costeras, con la llamada de la construcción y el turismo, que se salieron en su momento y ahora están parados porque son los primeros que caen del mercado de trabajo debido a su falta de formación y cualificación».
El Ministerio de Educación se rebela ante los análisis derrotistas y la insistencia en el fracaso sin paliativos del sistema educativo. «No se puede decir eso sin tener en cuenta de dónde venimos».
De una situación histórica de atraso, cierto, que se ha salvado con una de las mayores tasas de titulados universitarios de Europa y gran igualdad de oportunidades para acceder a todos los niveles de la educación. Si en 1997 un 32% de los españoles entre 25 y 64 años tenía educación secundaria post obligatoria o superior, en 2007 era ya el 51%. También ha bajado, en el otro extremo, el número de quienes se quedan sólo con los estudios obligatorios, del 69% al 49%. Hasta el mismo concepto de fracaso escolar es difuso, relativo y cargado de negatividad incluso para expertos como Álvaro Marchesi. «Alguna cosa buena les debe de haber pasado en sus años escolares», explica en un informe de la Fundación Alternativas.
El modelo finlandés
Como sea, el caso es que España está lejos de ser una potencia educativa a la altura de su ahora menguado poderío económico. «Y eso es una vergüenza. Si un país no es más potencia educativa que económica no tiene futuro. Y en el tema educativo no estamos ni en el número 20 de la tabla», recalca el sindicalista Campos.
Si el sistema educativo con todas sus implicaciones sociales, económicas, laborales, no responde a las exigencias de un mundo globalizado y una economía cada vez más competitiva, el mañana se presenta incierto. Urge un cambio de modelo, dicen los expertos. Más calidad en la educación, más y mejor Formación Profesional y menos licenciados universitarios. España tiene hoy más titulados superiores que Alemania con casi la mitad de población. La educación Secundaria y el Bachillerato son la clave para reencauzar el sistema educativo, pero los desequilibrios, las carencias se han de corregir antes.
El espejo en el que se quiere mirar el sistema español es el finlandés. Los estudiantes fineses obtienen las mejores calificaciones PISA, la inversión pública en educación rebasa el 6% del PIB en un país de apenas 6 millones de habitantes, y su cuerpo docente es uno de los mejor pagados del mundo. «Es algo que debemos copiar. En Finlandia las notas de corte para entrar en la Universidad y estudiar la carrera docente son las más altas y ahí ya seleccionan a los mejores, con mayor vocación, que son los que van a enseñar a las siguientes generaciones. Y el valor social de la educación, que es allí un tema de consenso. Aquí llevamos 30 años de cambios en las leyes y de confrontación partidista», subraya Campos. Un país, como otros, donde la cultura del esfuerzo aún manda, en la esfera pública y privada. Y es en ese punto donde los sociólogos añaden un ingrediente más al necesario acuerdo educativo en España. «Nuestra cultura pública se ha llenado de arribistas, los que salen en los medios de comunicación, que no han hecho nada para ganárselo, y se sube a los altares a esposas, maridos, amantes de. Eso choca de frente con un principio básico del sistema educativo, que es el mérito. Allí donde no se aplica ese principio no es posible un sistema educativo eficaz», reflexiona Fernando Vallespín, catedrático de la Autónoma de Madrid y anterior director del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). A su juicio, no basta un pacto político que transforme el sistema educativo, sino un contrato social que toque también al espacio público e incluya a agentes socializadores cada vez más potentes, como los medios de comunicación. Si no, otro tipo de reformas por sí solas no serán suficientes. Lo que está en juego es mucho». Dicho queda.

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