jueves, 8 de septiembre de 2011

Los retos educativos


07.09.08 -
ALFREDO YBARRA
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NO sé si la cerrazón maniquea de los políticos pudiera en algún momento dar a luz un acuerdo nacional sobre la Educación, que deje a ésta tranquila durante una buena temporada. Entiendo que la educación no pueda ser neutral, no puede serlo, como el periodismo, o las opiniones. Con tantos desórdenes sociales y desequilibrios en orden general, humanamente hablando y donde los valores humanos universales son una moneda de cambio y juego demasiado atractiva para quienes manejan nuestro devenir, decir que hay que optar hacia la neutralidad, tal vez sea una impostura. A lo que si debemos de tender en la educación es a una formación integral independiente del fuego cruzado de los políticos y los sectores que conforman la locomotora de la sociedad. Con independencia del color político, los cambios a los que tendemos con harta frecuencia se aprovechan siempre para deshacer lo que se hizo antes y resulta quimérico desear que, algún día, exista un acuerdo nacional sobre Educación, porque siendo la escuela uno de los lugares más directos para ejercer influencia, el poder no puede dejarla en manos de maestros y profesores, a no ser que sean sumisas correas de transmisión, lo mismo que intenta no dejar los medios de comunicación en manos sólo de profesionales independientes.

Conozco lo suficientemente bien la escuela para saber que tal como se estructura hoy y dados los planos sociales y familiares actuales, la institución educativa no puede por sí sola acabar con la violencia que se da en los centros educativos entre los alumnos y el desencuentro frecuente con padres. Soy bastante escéptico en considerar que un plan de estudios podría haber evitado que unos jovenzuelos agredieran al conductor de un transporte público porque les indicó que no se podía fumar en el vehículo. La escuela no puede imponerse a la dejación de los padres en materia de ciertas responsabilidades para con sus hijos. Igualmente, lo he dicho en bastantes ocasiones, la sociedad no está preparada para readaptarse por sí misma para mejorar los horarios familiares y dejar paso a una vida familiar más vivencial, con intermediarios que ayuden a reajustar la moral, los valores y el humanismo necesarios para funcionar medianamente dentro de unos equilibrios. Los padres están despistados y juegan a la sobreprotección en muchas cosas y a la dejación de ciertas tareas hasta que sus propios hijos empiezan a comerles el terreno de la mala educación. Es entonces cuando los políticos se inventan programas de arriba abajo para poner freno a la crisis de la autoridad paterna y a su desembocadura traumática en la vida escolar. Y es entonces cuando los expertos, entre otras cosas, piensan en una nueva asignatura llamada Educación para la Ciudadanía. Esto en sí no puede ser una solución mágica, pero, algo es algo. Ser ciudadano es una vocación compartida. Ser un mal ciudadano debería ser una lacra que conllevara un desprestigio o, como hacían los antiguos griegos, el ostracismo.

No somos griegos y de ahí que echemos mano de la Educación para la Ciudadanía. Pero resulta que hay tantas ideas de ciudadanía como ciudadanos y el maniqueísmo político encuentra aquí otro nuevo campo donde tirarnos los guijarros. Algunas comunidades autónomas, las regidas por el PP se niegan a impartir esta asignatura, cuando puesta sobre el tapete, con la mirada independiente, es una asignatura bienintencionada, como bienintencionado es ese derecho fundamental, inalienable, de la libertad de cátedra y la libertad académica.

Hay ocasiones donde saltan las noticias de padres musulmanes que no quieren que sus hijas escolarizadas hagan gimnasia ni música, y entonces todos nos llevamos las manos a la cabeza y expresamos las bondades de Mozart y de Nadal. Y es que deberíamos de determinar con rotundidad que los valores de la escuela son valores en sí mismos. Convertir la educación en un campo de batalla es un tremendo error que desestabiliza la formación integral de los futuros ciudadanos. El curso escolar está ya a la vuelta de la esquina y es hora de enseñarles a muchos que van a querer campar por sus fueros y desatinos, que no se trata de colores políticos, sino de buenos y malos ciudadanos.

Mientras, es necesario ante todo oír a los profesionales, porque la Educación no tendrá verdadero remedio hasta que no se recupere el valor del esfuerzo, de la dificultad que es posible vencer y de la admiración y respeto por el maestro a la par que se creen cauces sociales que estimulen y reconduzcan los roles educativos en la familia. El mejor proyecto educativo de la historia de España surgido en la segunda mitad del siglo XIX, la famosa Institución Libre de Enseñanza, tuvo que apostar por un proyecto educativo estimulado por la ilusión, el tesón, el reconocimiento de muchas normas, el esfuerzo, la humildad y el deseo de abrir nuevos caminos, donde los valores humanistas y estéticos tuvieron mucho que ver, junto con lo que hoy llamaríamos motivación de los sentimientos, a grosso modo. Del espíritu institucionista han surgido los mejores intelectuales españoles, no sólo de letras como con frecuencia se cree, también los mejores científicos desde Ramón y Cajal a Severo Ochoa, o apasionados por las nuevas tecnologías, como Buñuel.

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